Recuerdo sentir el olor del sudor del trompetista cuando salió en su chaqueta de pana de tonalidades verdosas. Su acento marcado indicaba perfectamente de dónde había mamado las palabras y las notas en su vida. La saliva en su instrumento adquiria tonalidades y se entremezclaba con el jazz que sus dedos provocaban al tocarlo.
Me dejo ensordecer por el sonido y llego a tal estado de calma que a veces siento que me quedo aletargada mientras pasa las notas, la música y el tiempo.
Días más tardes este pensamiento me aflora al hablar en consulta con una señora arreglada que espera tranquila. Por sus preguntas intuyo que fue en algún tiempo profesora. Lo confirma diciendo que vivió cerca de Bretaña impartiendo lengua francófona de nuestros vecinos.
Saboreo mientras espero en la consulta cómo mi vida hubiera sido si viviese como filóloga en un pueblo de la campiña francesa. Sin embargo, algo dentro de mí me dice que lo haré, de otra forma y cuando me encuentre y fusione con mi reflejo. En ese punto en el que sienta que puedo abrazarme como últimamente hago, ya que ahora no tengo alguien que lo haga en la noche.
Acabé un libro que reflexionaba acerca de todo lo que nos perdemos queriendo huir y focalizarnos, que debiamos apreciarnos y mimetizarnos con el entorno. Me vuelve a salir la palabra saborear, y aquí estoy saboreando el aire, las vivencias, las pupilas de la gente cuando te mira y sus pestañas. Las risas, las comidas, mi cuerpo al andar, mis pies cuando pisan, también el silencio. Todo lo que realmente forma parte de la vida y que yo he silenciado queriendo hacer una carrera de fondo, aún cuando iba en sentido contrario al tesoro en el que estaba anquilosado mi corazón, como metido en una jaula sin candado pero buscando la llave.
El alcohol escuece pero se cura mejor con cada palabra de cariño, mirada de ánimo y mi sonrisa al espejo al mirarme.
El trompetista seguro que tuvo una vida en NY de derroches y excesos entre los garitos de la zona, seguro que la profesora en Bretaña enseñó el idioma y se enamoró de los labios de otro que lo hablaba, cuánto...
Cuánto daría por empezar la mía en un pueblo en la naturaleza alejada de todo y a la vez de nada. Aprender a amarme en soledad. Romantizar esa ausencia que realmente noto que es presencia de muchas más cosas que las que nos han vendido malamente (tra tra). Es un proceso tan de reconstruirse que nunca pensé que la frase que me persigue desde los 13 fuese tan sentenciante:
Necesito perderme (un rato sola) para encontrarme
No hay comentarios:
Publicar un comentario